Fragmento de un ensayo de Peter Ghosh_ que recupera el célebre texto de_ Max Weber , “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”,_ para explicar los puntos centrales del pensamiento del sociólogo alemán y despejar sus malentendidos más frecuentes. ¿Qué es el “espíritu del capitalismo”? ¿Cuál es la escala de valores de la modernidad? ¿Es el trabajo duro el camino de la liberación o la “jaula de hierro”?_
Un regreso a Weber se vuelve necesario en el siglo XXI, cuando los valores del capitalismo no han parado de extenderse globalmente. A su vez, el protestantismo, aquella rama escindida de la Iglesia católica en el siglo XVI, impone una ética post-religiosa del trabajo como un fin en sí mismo, que se enfoca ciegamente en lo individual y renuncia a cualquier intento de pensar lo universal.
El texto original se encuentra aquí. La traducción es propia.
El célebre texto de Max Weber “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1905) es, seguramente, uno de los trabajos que más malentendidos ha generado, entre aquellos que regularmente se enseñan, se destrozan y se veneran en las universidades del mundo. Esto no implica decir que los profesores y estudiantes son estúpidos, sino que se trata de un texto excepcionalmente compacto que abarca un abanico de temas muy amplio, escrito por un destacado intelectual en su mejor momento como tal. Él estaría estupefacto si descubriera que el texto es usado como una introducción a la sociología para estudiantes de secundaria, o incluso para niños.
Hoy usamos la palabra “capitalismo” como si su significado fuera evidente en sí mismo, o como si viniera de Marx, pero esta aparente casualidad debe ser dejada a un lado. “Capitalismo” era una palabra muy propia de Weber, y que definió como le pareció que se ajustaba. En su sentido más general, se refería simplemente a la modernidad misma: el capitalismo era “el poder más fatídico de nuestra vida moderna”. Más específicamente, controlaba y generaba la ‘modern Kultur’, la escala de valores según la cual la gente vivía en Occidente en el siglo XX, y en la que vivimos, podríamos añadir, en gran parte del mundo en el siglo XXI. Así que el “espíritu del capitalismo” era también una “ética”, aunque sin duda el título hubiera sonado algo plano si fuera “La ética protestante y la ética del capitalismo”.
Esta “ética” moderna o escala de valores era distinta a cualquiera que haya tenido lugar hasta entonces. Weber suponía que todas las éticas anteriores — esto es, códigos de comportamiento socialmente aceptados, más que proposiciones abstractas hechas por teólogos y filósofos — eran religiosas. Las religiones proveían claros mensajes que eran tomados como absolutos morales, que unían a toda la población. En Occidente, esto significaba Cristianismo, y su prescripción más relevante, ética y socialmente, se encontraba en la Biblia: “Amá a tu vecino”. Weber no estaba en contra del amor, pero su idea de amor pertenecía a lo privado — una esfera de intimidad y sexualidad. Como una guía de comportamiento social en espacios públicos, “amá a tu vecino” era, sin duda, absurdo, y esta era la principal razón por la que las proclamas de la Iglesia, dirigidas a la sociedad moderna en términos auténticamente religiosos, eran marginales. Él no hubiera estado sorprendido ante la prolongada efectividad del eslógan “Dios es amor” durante el siglo XX en Occidente — esta efectividad ya había iniciado en la época de Weber — , ni que sus consecuencias para lo social hayan sido tan limitadas.
La ética o la escala de valores que dominaba la vida pública en el mundo moderno era muy diferente. Sobre todo, era impersonal más que personal: en aquella época, el consenso entre lo que está bien y lo que está mal se estaba resquebrajando. Las verdades de la religión — las bases de la ética — eran puestas en juicio, y otras normas antes ampliamente respetadas — como aquellas que pertenecían a la sexualidad, al matrimonio y a la belleza — también se estaban viniendo abajo. (Una ráfaga del pasado: ¿a quién se le ocurriría, hoy, sostener un ideal universal de belleza?). Los valores eran, cada vez más, del dominio de lo individual más que de lo social. Así que, en vez del cálido contacto humano, el comportamiento público era frío, reservado, distante y sobrio, gobernado ante todo por un estricto control personal. El comportamiento correcto yace en la obediencia a los procedimientos correctos. Más obviamente, obedecía a la fuerza de la ley (¿quién podría decir cuál es el espíritu de la ley?) y era racional. Era lógica, consistente y coherente; o más bien respondía a realidades modernas que no se ponían en cuestión, como el poder de los números, de las fuerzas del mercado y la tecnología.
Había otra clase de desintegración, además de aquella de la ética tradicional. La proliferación de conocimiento y la reflexión sobre el conocimiento hacían imposible para cualquiera estudiarlo y saberlo todo. En un mundo que no podía ser abarcado en su totalidad, y donde no había valores universalmente compartidos, la mayoría de la gente se aferraba a un nicho propio al que se comprometían más profundamente: su trabajo o su profesión. Trataban su trabajo como si fuera una llamada post-religiosa, un “fin absoluto en sí mismo”, y si la “ética” o el “espíritu” modernos tenían un fundamento último, era éste. Uno de los clichés más difundidos respecto al pensamiento de Weber era que él predicaba una ética del trabajo. Esto es un error. Él, personalmente, no veía ninguna virtud en el sudor — pensaba que sus mejores ideas venían a él cuando estaba relajado en el sofá con un cigarro — y, habiendo sabido que iba a surgir este malentendido, hubiera señalado que la capacidad para el trabajo duro no bastaba para distinguir al Occidente moderno de las sociedades anteriores y sus sistemas de valores. Sin embargo, la idea de que la gente estaba cada vez más definida por el enfoque ciego a su trabajo era lo que él veía profundamente característica de la vida moderna.
La ética de trabajar a ciegas era común a emprendedores y a una fuerza de trabajo con especialización y sueldos cada vez mayores, y era esta combinación la que produjo una situación en la cual el “bien supremo” era hacer dinero y cada vez más dinero, sin límite alguno. Esto era lo más reconocible del “espíritu” del capitalismo, pero debería señalarse aquí que no era una simple ética de la ambición tal como, según reconocía Weber, era antigua y eterna. De hecho, hay dos grupos de ideas aquí, aunque se superponen. Una corresponde a una serie de procedimientos racionales, potencialmente universales — especialización, lógica, y comportamiento formalmente consistente — , y otro está más cerca de la economía moderna, de la cual una parte central es la ética profesional. La situación moderna era el producto de una adhesión firme y ciega a la función particular de uno, en el marco de unas condiciones en las cuales el intento de entender la modernidad en su conjunto había sido abandonado por la mayoría de la gente. Como resultado uno no controlaba su propio destino, sino que era gobernado por este conjunto de procedimientos racionales e impersonales que él comparaba con una jaula de hierro, o “casa de acero”. Dados sus cimientos racionales e impersonales, esta casa carecía de cualquier ideal humano de calidez, espontaneidad o amplitud de perspectivas; a la vez que la racionalidad, la tecnología y la legalidad producían bienes materiales para su consumo masivo en cantidades sin precedentes. Por esta razón, a pesar de que siempre pudieran hacerlo si se lo propusieran, era probable que las personas jamás abandonaran esta cada “hasta que el último quintal de energía fósil hubiera sido quemado”.
Es un análisis extremadamente poderoso, que nos dice muchas cosas sobre el Occidente del siglo XX y sobre un conjunto de ideas y prioridades occidentales que el resto del mundo ha adoptado alegremente desde 1945. Deriva su poder no sólo de lo que dice, sino del hecho de que Weber intentaba comprender antes de juzgar, y ver el mundo como un todo. Si queremos ir más allá de su teoría, tenemos que hacer lo propio.